Me gusta el rap. De hecho, me gusta hacer rap lo suficiente como para permitir que me dé muchas más perdidas que beneficios. Y no seguiríamos esperando que el rap nos dé algún tipo de beneficio económico algún día –creo que hablo por muchos, Erick entre ellos– si no nos aportase tantos beneficios de esos que no se pagan. También me gusta lo suficiente escuchar rap como para que gran parte de los discos que llevo siempre en mi reproductor sean de este género concreto.

Pero no voy a mentir: a veces, demasiadas veces, me cansa el rap. No es el rap en sí mismo lo que me cansa (al menos no el buen rap). Es lo que gira en torno a la música pero no es música, esa parte intrínseca a ella que la concierne pero no le pertenece en ningún modo. Me cansa la dictadura del hype, me cansan las apariencias de unos y las aspiraciones frustradas de otros –siendo honestos, muchas veces me cansan las mías propias– y muchas manifestaciones de ignorancia y rigidez que giran en torno a una música que yo, personalmente, concibo libre de complejos, fresca y natural por definición y origen. Pero, sobre todo, me agota la impostura y lo artificial. Y creo sinceramente que, en numerosas ocasiones, falta en esta música lo que es primordial en todo arte: honestidad. Aunque claro que no hablo por todos, ni mucho menos.

Porque si solo cuidamos lo superficial, ¿qué nos queda?. Y más cuando, en teoría, nuestro objetivo es el de profundizar en algo, en lo que sea. Por ello, el nombre del último trabajo de Erick Hervé no podía venirme más al dedo. En este contexto, ‘‘Focus’’ –así se llama su última referencia– es un soplo de brisa fresca, purificadora, tanto en mi reproductor como en mi conciencia. Un disco cuyo nombre y presentación no alude a otra cosa sino a la propia focalización en torno a los ritmos y las letras que le dan cuerpo, aunque –como dice él mismo– no hable de nada en particular. Por todas las veces que hemos leído un ‘‘stay tuned’’, Erick Hervé nos lanza un claro y humilde ‘‘stay focused’’. Una buena recomendación, sin duda.

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Y es una recomendación estupenda porque, entre otras cosas, la concentración de Erick Hervé en »Focus» puede traducirse en esa maravilla que esconde la creación cuando es honesta y sencilla: el dar con uno mismo y mostrarlo, más allá de las formas y lo establecido. Cuidar el gesto por encima de todo permite crear una distancia con el oyente, una suerte de abismo que da cabida al ego, que le permite campar a sus anchas, y que acaba dando de lado a la persona en favor del »artista». Frente a este distanciamiento, existe un componente estrictamente humano en toda creación, algo que no atiende a nada más que a la persona que firma lo creado. En el caso de Erick, desde sus letras y esos ritmos que nos transportan de la música japonesa hasta sus raíces africanas, todo nos conecta directamente con esa persona que hay tras el micro, sin apariencias ni decorado, pasando por una voz amable, cálida y cercana, aunque se muestre viva en su compromiso para con sus raíces, contestataria y cruda si es necesario.

Hay pocos raperos sin complejo de raperos y Erick Hervé es, sin duda, uno de ellos. De los que dejan de ser rappers cuando salen del estudio, de los que prefieren el trabajo duro y la humildad a dárselas de nada: lo que no te dicen sus labios te lo dicen sus callos. Eso es »Focus». Entre todo ese atrezzo barato que son las poses de unos y otros asoma una figura desgarbada con un crío pequeño en brazos y una Steinburg abierta. Sin ornamentos. Un tipo que no habla de nada en concreto pero cuyas palabras no denotan el más mínimo anhelo de ser nada que no sea él mismo.

Bienvenida sea esa fea manía de no hablar de nada cuando cada palabra lo dice todo. Porque la humanidad se demuestra siempre en los gestos más corrientes, en la palabra cuando es honesta y humilde. Y la sencillez es un valor que no abunda entre tanto artificio.