El pasado 9 de febrero, en la ceremonia de los Oscar, fuimos testigos de un hecho histórico dentro de la gala más universal de la academia del cine norteamericano. La película surcoreana Parásitos ganaba el premio a Mejor Película, siendo la primera cinta en habla no inglesa que en 92 años de existencia del certamen se ha llevado el premio en esa categoría, la Diosa de las categorías.

¿Y por qué? ¿Y por qué no me sorprende? Analizamos la carrera de su director, Bong Joon-hoo, también galardonado como Mejor Director y descubrimos ciertas claves que han llevado a Parásitos a convertirse en un fenómeno audiovisual que, con un efecto “bola de nieve” ha ido haciéndose más y más grande hasta reventar… ¡Boom! en tu cara, ganando la estatuilla además a Mejor Película Internacional y Mejor Guión Original

BONG JOON-HO: UN GÉNERO EN SÍ MISMO

Se ha dicho muchas veces que las películas de este director y guionista surcoreano cincuentón nacido en Daegu, poseen la habilidad de mezclar un montón de géneros en sus tramas, aunque todas o casi todas ellas siempre muestran puntos en común, como un sub-argumento silencioso pero denso y presente de principio a fin en la atmósfera de la historia. Es algo que Bong Joon-ho sabe hacer de maravilla, sabe plasmar con genial y cruel naturalidad la vida como una comedia negra y suele incidir en su obra, ya sea como idea o filosofía, en la crítica social y la diferencia de clases. También es un director que disfruta honrando la tradición y cultura de su país, aunque a veces sea de manera socarrona y acabemos por no saber muy bien si la está homenajeando o se está riendo de ella, o las dos cosas, todo vale con este tipo y que nunca cambie. Porque desde sus inicios ha mostrado una imaginación y una forma de moldear sus películas que de alguna manera ha ido dejando en la retina perlas de cine diferente e inteligente. Aparte de ser un sádico, reconocido por él mismo, creando momentos de tensión incómodos como cuchillazos de una navaja oxidada o simplemente filmando deliciosas secuencias de buen terror y horror asiático sacadas de la nada.

Song Kang-ho, Bong Joon-Ho, Park So-dam

Su primer largometraje ve la luz en el año 2000, y fue, como no, una comedia negra, Perro ladrador, poco mordedor, una historia rocambolesca con potentes secuencias y personajes extremos en una historia sobre secuestros y perros que sin ser de lo mejor que ha rodado, fue una buena carta de presentación que dejó señales de que detrás de la cámara se encontraba un director especial, pero sería unos años más tarde cuando rodaría la pieza que certificaría los buenos augurios puestos en su ópera prima. Corría el año 2003 y tengo el recuerdo de ver en el andén de metro el cartel de Memories of Murder (Crónica de un asesino en serie), su segunda película, recuerdo quedar hechizado con aquella portada y sus tres siluetas bajo la lluvia con el sello del premio a la Concha de Plata del Festival de cine de San Sebastián en la parte superior derecha. Supe que necesitaba ver esa mierda y mi intuición en estos casos no suele fallar y no falló. Ya he escrito un par de veces sobre ella aquí, inspirada en el primer caso conocido de asesinato en serie en Corea del Sur, basada en la obra teatral de Kim Kwang-rim, donde seguimos la investigación ante el descubrimiento del cadáver de una mujer violada y atada con su propia ropa interior, en una zona rural de Gyeonggi, en la que dos detectives locales buscan torpemente pistas. Ante la aparición de nuevos cadáveres y la falta de progreso, un joven detective de Seúl se incorpora a la búsqueda del asesino, en lo que se convierte en un caldo de cultivo excelente para mostrar la diferencias sociales entre tradición y progreso, en una historia magnífica ambientada en los 80, en la que se mezclan thriller policiaco y el neo-noir, con momentos y secuencias que dan verdadero miedo y siempre con el excelente uso del humor negro en todo su metraje. Una joya cinematográfica recomendable sin lugar a dudas.

Al año siguiente, 2004, firma el mediometraje Influenza, un falso documental sobre robos y atracos dentro del Jeonju Digital Project que forma parte del Festival Internacional de Jeonju donde cada año tres realizadores presentan un corto digital. Pero es en 2006, cuando vuelve al foco de actualidad cinéfila con la cinta The Host, a la cual se esperaba con gran expectación después del buen sabor de boca de su anterior trabajo, y aunque no nos defraudó, tampoco logró superar a su predecesora en la filmografía. Donde sí la superó fue en taquilla, ya que esta co-producción de Corea del Sur y Japón, se convirtió en la cinta con más recaudación de la historia del país alcanzando los 13 millones de entradas vendidas, y eso son muchos y muchos corean@s en el cine. En The Host, el director cambia de géneros, pero sigue mezclándolos, mantiene el thriller pero esta vez con el añadido de la ciencia ficción y el terror, en donde lo fantástico se mezcla con la vida de una familia humilde en forma de monstruosa criatura que aparece colgada en mitad de la ciudad ante la mirada, entre despreocupada y curiosa, de los ciudadanos. Una gran película, frenética y tensa que ganó los Mejores Efectos Especiales en Sitges y que confirmaba la buena dirección que tomaba la carrera del realizador.

Nombramos su siguiente trabajo, Tokyo! (2008) sin incidir mucho en él, ya que es compartido con otras dos bestias de la dirección como Leos Carax y Michel Gondry en la cinta japonesa que reúne tres historias sobre Tokio bajo la personal mirada ecléctica y foránea de cada uno de ellos, a cada cual más zumbado. En este caso Bong Joon-ho, retrata la soledad de un hikikomori en una historia de amor futurista con el mediometraje, Shaking Tokyo. Es al año siguiente cuando vuelve a rodar un largometraje que pone en pie unánimemente a la crítica, que lo aplaude por su film Mother (2009), un drama disfrazado de thriller con un crimen de por medio y con la intriga y el suspense que el director sabe mezclar con sabor siempre al buen género policiaco. No vuelve a hacer nada hasta tres años después (algo estaba tramando mientras) y regresa bajo producción japonesa en la antología de 20 cortometrajes de tres minutos y once segundos titulada 3.11 A Sense of Home (2012) a beneficio de las víctimas del terremoto que sacudió Japón en marzo de 2011, ya que fue poco más de tres minutos, lo que tardó el agua en llevarse por delante centenares de hogares y vidas.

Es un año después, en 2013 cuando descubrimos, qué era lo que había estado tramando después de cuatro años de inactividad, y tenía que ser algo gordo y en efecto lo fue, el proyecto era más épico y espectacular que los anteriores, aunque en su interior encontraríamos alma y cerebro protegidos con la carrocería de blockbuster en la que Bong Joon-ho nos escondió la historia de Snowpiercer (Rompenieves) una alegoría futurista y post apocalíptica dentro de un tren que nunca para y en el que se divide a los pasajeros por su rango social ocupando una parte u otra de los vagones, entre la cabecera y la cola. Basado en la novela gráfica “Le Trasperceneige” escrita por Jean-Marc Rochette y Jacques Loeb. La historia cargada de crítica social y discurso de clases, también aboga por concienciar sobre el calentamiento global y sus efectos devastadores en la tierra. Con pinceladas de cine de autor entre pirotecnia frenética de cine de acción y con un casting en el que vemos por primera vez, en un reparto protagonista del director, la inclusión de actores occidentales de la talla de las estrellas de Hollywood, Chris “Capi América” Evans, Jamie “Billy Elliot” Bell o Tilda Swinton, entre otr@s. De hecho vuelve a trabajar con Tilda en su siguiente trabajo y penúltimo de su filmografía, la producción para Netflix titulada Okja (2017) y que podéis disfrutar en la actualidad en la plataforma. Aparte también sale Jake “Donnie Darko” Gyllenhaal y Paul Dano, que eso es un plus de exotismo actoral en esta historia, sobre una niña y su cerdo gigante que se verán envueltos en una aventura con personajes malvados y mensajes ecologistas que satisface pero que no enamora, ni deja la misma huella de calidad en el recuerdo que anteriores obras. Y por supuesto lejos, muy lejos del nivel de la pieza que nos trae hoy aquí, Parásitos.

Fotografía: Kelia Anne Maccluksey

PARÁSITOS: TODOS HUELEN IGUAL

Si no habéis visto aún la película, no entenderéis muy bien, ni el título que abre esta sección, ni muchas de las cosas que se dirán a partir de ahora, así que corred a verla para estar in the mood, ante la posibilidad de que os hagan algún spoiler, mi intención es no hacerlos. El primer plano que abre Parásitos y la primera secuencia en la que se nos presenta a la pobre familia Kim, son bastante explicativos en pocos minutos, del espacio y el tono de la cinta, que simplemente muestra la angustia existencial, ya no de vivir en el subsuelo en un semisótano ruinoso y sucio, sino de no poder robarle la wifi al vecino de arriba, y nos muestra la moral precaria en un ambiente de ausencia laboral y la inactividad de sus protagonistas, que no caminan sino que se arrastran descalzos ante esta situación, en la que acaban prácticamente abrazados a un water para poder navegar gratis. Son pobres y además miserables, y se podrían comparar a modo de mímesis intelectual con nuestro “Lazarillo de Tormes” pero a la surcoreana. En el otro lado de la historia nos encontramos con la rica familia Park, los otros parásitos que aposentados en la cima del snobismo viven en un espacio abierto, aireado y limpio, rozando lo aséptico y rodeados de gente a su servicio que hace todo por ellos, ya que ellos no hacen casi nada por sí mismos. El lío empezará cuando una parte de la familia Kim entre en contacto con el ambiente de la familia Park. Como un pequeño Coronavirus.

Son las primeras visiones de lo que se convertirá en una bella y poética pesadilla decrépita que nos hará reír mientras nos incomoda al mismo tiempo, y creando una historia al borde de la verosimilitud pero sin llegar a sobrepasarla, un relato salvaje que se mantiene con paso firme en el choque socio-cultural de las dos familias creando momentos de vergüenza ajena y de tensión resueltos con la pulcritud y delicadeza de una coreografía de ballet ejecutada a la perfección, en la que cuanto más se descontrola la situación, mejor funciona el guión y mejor lo resuelven los protagonistas, un reparto coral de actores y actrices que lo hacen todo bien y todo posible, entrando y saliendo de plano en código teatral o incluso como los espectáculos infantiles de marionetas, escondiéndose bajo mesas o camas y proporcionando momentos de genialidad al borde de un ataque de nervios para el espectador.

Memories of Murder

Y si hablamos del casting, tengo que hacer un pequeño inciso para hablar de Song Kang-ho, el patriarca de la familia Kim en Parásitos, y de algún modo la musa masculina o el actor fetiche de Bon Joon-ho. Y es que la relación cinematográfica entre ambos amiguetes, se inicia en 2003 con Memories of Murder donde da vida al detective protagonista y se repetiría en The Host haciendo de vago y descuidado hermano mayor. La tercera colabo sería en Snowpiercer en la que interpreta a un experto en seguridad dentro del tren que nunca para. Y de nuevo vuelven a juntarse para crear a este padre “Parasite” inestable, bonachón y mediocre, que huele a rábano pasado o a trapo sucio o a la gente pobre que va en el metro, como nos exponen sobre él, en una de las secuencias más recordadas y perdurables en la memoria de la película. Un papel que sin demasiados cuerpos de ventaja acaba ganando en protagonismo al resto. Y es que en la carrera del actor, hemos visto su siempre genial trabajo vinculado a grandes títulos dentro del cine asiático, como una de mis preferidas, Simpathy for Mr. Vengeance (Park Chan-wook, 2002) director con el que un año antes, rodó Joint Security Area (JSA) y tiempo después repetiría en Thirst (2009) en lo que podríamos llamar una relación de poliamor con dos de los mejores directores de Corea del Sur. También a destacar los films Secret Sunshine (Lee Chang-Dong, 2007), The Attorney (Yang Woo-seok, 2013), Secret Reunion (Jang Hoon, 2019) o A Taxi Driver: Los héroes de Gwangju (Jang Hoon, 2017) entre otras.

Y volviendo a la peli que nos trae hoy aquí y para ir cerrando, apuntamos detalles que nos marcaron durante las poco más de dos horas de peli, como el simbolismo de la lluvia en el metraje, con la tormenta vaticinando problemas para la familia de embaucadores que se dejan fumigar como chinches y que se muestran ineficientes en todo salvo en el engaño. La utilización del humor negro. La visión perfecta de la doble y falsa moral de los estirados y confiados Park. La “Roca de Eruditos” a la que el joven Ki-woo se aferra como una tabla salvavidas entre las aguas residuales. La suerte que a veces sonríe a las alimañas. La casa y el sótano como un actor más en la trama. El código morse y los boyscoutts. El sexo inoportuno, los melocotones, la Hot Sauce, el zumo de ciruela y las tartas de cumpleaños para cerrar viejos traumas. Todo ello ya forma parte de nuestra memoria y de nuestra retina audiovisual, aunque ademas hay algunos detalles técnicos que ayudan a que todas estas joyitas funcionen tan tan bien.       

Destacamos la puesta en escena y la dirección de arte, cuidada y detallista hasta la perfección. Un montaje dinámico y original. Exquisita fotografía y cuidado maquillaje que nos hace casi sentir y oler el sudor. Una gran banda sonora apoyada con efectos de sonido que ayudan y cohabitan a la perfección con las acciones de la trama impulsándola a través de la historia. Un retrato inteligente y sorpresivo en el que se agradece sobremanera el hecho de no saber que es lo que va a pasar en la siguiente secuencia, porque con este director todo lo inimaginable puede pasar y encima ser creíble. Y que si, que para el público más terrenal y menos acostumbrado a la materia puede resultar “una peli rara”. Pero sinceramente, no lo es. Simplemente hay que ver más cine, y luego también ayuda llevar 17 años siguiendo la filmografía de este director, como es mi caso, para notar que en Parásitos, de algún modo construye la historia con sutiles piezas ideológicas y estéticas con las que ya jugó en todos sus anteriores trabajos. Aquí las reúne todas en una tesis final de su carrera y el resultado es excelente. De ahí que no me sorprenda su éxito, sino que me extraña que no haya llegado antes. Larga vida a Bong Joon-ho.