Si hay un tema que, sin duda, los directores de comedia han desgastado hasta la saciedad es el de las bodas y no es de extrañar puesto que da para mucho: invitados, vestidos, preparativos de todo tipo son algunos de los elementos a destacar. Pero una cosa es utilizar una temática típica y otra muy distinta saber utilizarla. Justo en este último ingrediente se crea el problema de esta película.

Aunque sea la primera experiencia de María Ripoll en este género ya la conocimos en «Rastres de Sándal», donde mostraba dos mundos aparentemente opuestos. Esta nueva película nada tiene que ver con sus anteriores pasos, destaca más por sus dos protagonistas, Dani Rovira y María Valverde, ambos en su mejor momento, que por el ritmo de la narrativa o por tener un guión brillante. El personaje al que interpreta Rovira (Álex) le pide finalmente a Eva (María Valverde) contraer matrimonio en la pequeña localidad inglesa donde se enamoraron. Una noticia recibida de distinta manera por familiares y amigos, en especial, por las dos suegras. A partir de ese momento asistimos a disparatadas acciones por parte de sus protagonistas y su séquito que les llevará a retrasar la boda en varias ocasiones.

El tándem Rovira/Valverde pese a quedar desaprovechado en semejante narración consigue que ambos brillen, quizá más en esta ocasión Rovira para el cual parece hecho este papel de galán cómico, algo bueno y tontorrón.

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Entre lo mejor que podemos encontrar en la película se encuentran algunos de sus personajes secundarios como son Clara Lago (Ocho apellidos vascos), Jordi Sánchez (En fuera de juego), Alicia Rubio (La gran familia española), Yolanda Ramos (Volver), que sin duda es de lo mejor de la película con su interpretación a la que debemos agradecer los únicos chascarrillos de la película, y Marcel Borràs (Pulseras rojas). En el lado opuesto, tenemos el personaje secundario de Melody que lejos de aportar algo al filme, hace que no sepamos comprender si el problema está en el personaje creado o en la interpretación de la actriz/cantante.

El tránsito que la directora lleva por los tópicos y clichés españoles hace que se convierta en una comedia facilona, del montón, que puede sacar alguna que otra sonrisa pero que ni siquiera consigue que los chistes se produzcan en el tiempo correcto, haciendo que el espectador no coja el ritmo de la comedia en casi ningún momento. Los personajes quedan reducidos a una simple caricatura que hace muy complicado que sus interpretaciones se luzcan. Lo que podía haberse convertido en una comedia con algo de ritmo, carisma, llevada a la histeria, se convierte en una españolada que no termina de funcionar, historia de lo que pudo haber sido y no fue.